
María llevaba varios días con el estado de ánimos por los suelos. En uno de estos días decidió entrar la troje. Allí, entre una máquina de coser a pedales y un armario lleno de abrigos viejos vio algo extraño.
Esta cosa que María veía era pequeña pequeña, irreconocible, casi imperceptible.
Desde entonces María subía cada día, a ver si descubría que era aquella cosa.
Pasados el par de días María iba a la troje con ánimos de saber de que se trataba.
A la semana aquello engordó y era algo más grande.
Pasadas dos semanas ya se veía bien, aunque María seguía sin saber de que se trataba. Pero ella dedicaba su tiempo a observar aquello, le hablaba durante horas, convirtiéndose en su confidente, ahí en ese rinconcito.
Al mes de encontrarlo se dio cuenta de que aquello era la esperanza, la había encontrado, y no solo eso, sino que la hizo crecer, hasta conseguir una hermosa sonrisa en su rostro.
Y es que lo que dicen es verdad, es lo último que se pierde. A veces simplemente no la queremos reconocer, pero ahí está, esperando a ser valorada.