jueves, 17 de abril de 2008

lluvia

Silvia estaba sentada al brasero, arropada hasta los hombros con los brazos metidos por dentro, para que el frío no entrase en su cuerpo. Aunque el día no era especialmente frío, sino de esos primaverales de principios de abril cuando la lluvia amenaza con salir pero no lo consigue hasta a media tarde, entonces, durante diez minutos lo hace con mucha fuerza, y luego es una suave llovizna.
Ahora es uno de esos momentos de lluvia copiosa, Silvia se empotra más en el sofá, y de reojo mira la ventana, por donde las gotas juegan a ser un laberinto que se separa y se une al antojo del azar. Y a su vez Silvia da comienzo a su lluvia propia, que es personal e intransferible, como la ropa interior. Sus lágrimas no juegan al laberinto, simplemente caen en vertical hasta la barbilla. Silvia no se seca las lágrimas, disfruta con el recorrido de ellas por su cara.
Su lluvia interior se parece más al laberinto de la ventana, un goteo intermitente de sentimientos hace aparición por su alma. La desesperación se apodera de ella y su llanto continua a pesar de que la lluvia ya no es tan intensa. Siente la soledad en cada gota que se escapa por su alma, siente cómo su voz se ha perdido entre los gritos ahogados de sus ojos. Puede morder la soledad hasta hacerla añicos, y entonces para, y saca un brazo para alcanzar una servilleta de papel que le servirá de pañuelo. Tras limpiarse las lágrimas siente cómo la soledad, cómo ave fénix, ha resurgido de sus añicos y se apodera de nuevo de su desolación. Y su cara vuelve a humedecerse.
Pronto siente que sus problemas son un puñado de idioteces, que la soledad se acaba con una llamada de teléfono, con llamar a su regazo a su perrina. Entonces, sin hacer nada, comienza a sentirse mejor, mira por la ventana y ve el arco iris sobre el parque vacío, y sonríe. La felicidad ha matado a picotazos al ave Soledad.

1 comentario:

Alicia AK dijo...

La felicidad, esa Ave Fénix dorada que renace de sus cenizas ;)